Un dia es va esmentar a tutoria que hi havia un concurs de relat curt o dibuix contra la violència de gènere. Jo, que port des dels nou anys escrivint, no vaig dubtar a provar a veure si hi havia sort. I vaja si n’hi va haver.
Quan va sonar el timbre, em vaig trobar per casualitat amb na Pilar, la cap d’estudis, i em va avançar que havia guanyat un premi. Havia passat ja temps des d’aquesta tutoria, el suficient per oblidar-me del relat i del concurs. Encara que el millor va venir l’endemà, quan van cridar el meu nom a classe com a guanyadora oficial del concurs, ja que havia quedat en primer lloc. A més a més, els meus amics Andrés i Natalia també havien guanyat premis pels seus dibuixos.
Unes setmanes més tard, vaig assistir a la policia local de Palma, on va tenir lloc el lliurament de premis. Va ocórrer tot molt de sobte, perquè un home va venir a donar-nos l’enhorabona als guanyadors i segons després em van dir que era el batle. Tot seguit, anàrem a menjar amb ell, les catorze escoles participants. Després em feren una entrevista sobre el meu relat i les meves opinions personals sobre la violència de gènere per a la televisió i em digueren que el meu relat s’anava a publicar en tres periòdics de Balears. Res en comparació del premi principal: unes entrades pe l’Aquarium…
La publicació, pot ser que soni molt cursi, però crec que ha estat el més proper a un somni a tota la meva vida.

Elena Escorcia, 3r ESO

 

RELAT GUANYADOR CONTRA LA VIOLÈNCIA DE GÊNERE

Después de veinte interminables y duros años, aquí me encuentro, en compañía de mi valiente hija, más que yo al parecer, mientras con su presencia calma mis temblores y escalofríos, que jamás me atrevería a comparar con el miedo que desde hace años y hasta este mismo instante ha residido en mí, oculto a lo ajeno.

Adela se llama. Mi hija.

Y él Francisco. Mi marido.

Mi maltratador.

-Tranquila, mamá. Todo va a salir bien.

Cuantas más veces lo dice, más me cuesta creerla. Es como si la única persona que ha confiado en mí durante estos veinte años, hoy tampoco ayudara a sanar mis más profundos sentimientos.

Mi Adela… A veces me pregunto quién ha debido de sufrir más de las dos. Yo, que soporté insultos, golpes, crueles advertencias y feroces amenazas, dolor… O ella, que lo presintió todo desde el armario del fregadero, el único rincón en el planeta que él no logró hallar. Y después destruir.

-¿Ana García?

Alguien me llama y sin embargo no percibo gritos ni… gritos. Hace tantos años que nadie susurra ni habla que ya creo haber olvidado cada una de esas palabras que una vez me dijeron.

-S-sí, soy yo –balbuceo.

Ahora solo tengo oídos para los potentes latidos que ansían descansar bajo mi pecho y los recuerdos. Ni tan solo escucho el estresante mensaje de mi hija que no se decide a cesar, cuya intención pretende totalmente lo contrario: calmarme y permitirme seguir adelante. Pero no. Hoy no.

Una serie de recuerdos rondan mi mente y noto cómo mis ojos se humedecen una vez más.

Recuerdo el día de mi boda. Yo era feliz. Y recuerdo que él también lo era. Hasta caer la noche. Comenzó a insultarme y le perdoné. Acusé al alcohol de la fiesta en su lugar. Y en la luna de miel, donde montó escenas en público culpándome de cualquier cosa que atravesara los límites de su mente masculina. Porque ¿es así cómo son los hombres? ¿Violentos y crueles? Aun así, volví a perdonarle.

¿Y los siguientes diecinueve años?

Cuando supe que me había quedado embarazada, quise comunicárselo con tal de hacerle feliz de una vez por todas. No obstante, acabé en el hospital a punto de perder a mi hija por las consecuencias que se produjeron segundos después.

Recuerdo también las preguntas que se planteaba mi pequeña Adela, preguntas que ninguna niña debería hacerse.

Recuerdo el día que huyó de casa, el día que cumplió quince años, y también el día que “construimos” su escondite, como ella solía expresarlo.

Recuerdo la eficacia de su madurez y la teoría que me propuse una noche en la que tuve el privilegio de pensar en algo más que en lo que me sucedería cuando él regresara a casa: se aprende de hechos, no los errores. Un error es un simple fallo, pero un hecho es la vida.

-Buenos días, señora García. ¿Qué desea?

Adela y yo intercambiamos una mirada, conscientes de que hemos llegado hasta aquí para finalizar la pesadilla.

Voy a hacerlo.

Ya no seré una víctima.

-He venido a presentar una denuncia contra mi marido.

-¿Causa?

-Maltrato. Durante veinte años –añado.

Y suspiro.